La ley de 40 horas y el aumento del salario mínimo, han sido dos políticas del Gobierno de Boric que han marcado su gestión. No obstante, no parece haber alegría entre los trabajadores y las trabajadoras del país, que con el paso del tiempo, aún no ven una verdadera mejora significativa en sus vidas, en sus barrios, ni en sus familias.
Por J. Murieta
Cuando la clase trabajadora ha puesto sus demandas en manos de representantes de la clase política, por lo general, ha salido trasquilada.
El salario mínimo ha sido mejorado por este Gobierno ostensiblemente, pero la inflación sideral -propia de un país que está sufriendo una guerra-, se ha comido el sueldo de las trabajadoras y los trabajadores más pobres del país.
Y la ley de 40 horas -la posibilidad de trabajar solo 8 horas diarias como buscaron los sindicalistas anarquistas del siglo pasado-, se cumplió en el paraíso latinoamericano: Chile aprobó la ley. Pero, nuevamente, venía con letra chica.
Es que el proyecto de ley, permite flexibilizar dicha cantidad de horas. Es decir, en algunas semanas se puede ser obligado a trabajar incluso 52 horas, más que las 45 semanales que había antes de esta ley.
Y es que el desconocimiento, la obstinación, quizás la ansiedad de mostrar algún triunfo, dejó en claro el desconocimiento del mundo del trabajo por parte de la clase política. Esta flagrante realidad se descubre cuando al analizar la ley, se manifiesta que para trabajar la cantidad de horas semanales, se debe negociar con el empleador.
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¿Quién en Chile puede negociar de igual a igual sus horarios con su empleador?
Probablemente, casi de manera exclusiva, los sindicatos. No obstante, el porcentaje de sindicalización en Chile llega solo a un 22%. Y gran parte de ellos son del sector público, a quienes esta ley, por el momento, no los toca.
Tenemos entonces, una ley del primer mundo, pero con trabajadores con poder de negociación del tercer mundo. 1 de cada 5 trabajadores podrá negociar trabajar 40 horas semanales. Probablemente, los otros 4, serán obligados a trabajar hasta 52 horas por semana.
O sea, se hizo una ley laboral, pero se olvidaron de los sindicatos.
Y lamentablemente, el sindicalismo en Chile viene hace décadas de capa caída.
Así como en la educación, queremos tener condiciones como las de Finlandia. Pero en Finlandia el porcentaje de sindicalización es de alrededor del 60%.
Hoy no existe un correlato del sentir de los trabajadores y las trabajadoras chilenas en un proyecto político. No hay un compromiso claro con mejorar sus condiciones de vida y las de sus familias. De hecho y como lo han demostrado todas las encuestas, la baja en los niveles de popularidad del Gobierno de Boric va de la mano con sus maniobras para impedir el retiro de fondos previsionales.
Porque el panorama se vio así: las mayores agresoras de la clase trabajadora -las AFP-, defendidas por un gobierno que se presentó como una opción de izquierdas.
¿Quién entiende una actuación así?
¿Qué coherencia hay entre el decir y el actuar?
El mejor modo de decir, es el hacer, decía José Martí. Pero Martí no es Ricardo Lagos. Quizás el Presidente debe escuchar más a Martí y menos a Lagos.