Y pasó lo que todos temíamos; bueno, no todos, solo la gran mayoría. Marcelo Bielsa dejó el banco de la selección chilena. El nuevo directorio de la ANFP, presidido por Jorge Jadue, hizo poco o nada para tratar de retener al técnico rosarino. Más bien se ocuparon de poner trabas y palitos para forzar la renuncia de Bielsa y de ese modo no asumir el costo político de echarlo. Lo echaron igual, pero evitando que la rechifla cayera sobre ellos.
Ya antes Harold Maine-Nicholls había sido desalojado de la testera de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional mediante una elección fraguada para lograr su destitución. Se cumplían así las exigencias y los planes de los empresarios dueños de los clubes llamados grandes del fútbol chileno. No olvidemos que hasta hace poco el Subsecretario de Deportes, Gabriel Ruiz-Tagle, y el Presidente Sebastián Piñera, eran dueños de Colo-Colo; el primero debió desprenderse de su participación accionaria en el club albo por decisión de la Contraloría General de la República. En tanto Piñera parece que vendió su parte (con este señor nunca puede tenerse certeza de nada) luego de haberse cobrado revancha contra Bielsa y Mayne-Nicholls por los continuos desaires que cometieron sobre su venerada figura de reyezuelo del paisito. No es extraño, pero hasta en estas cosas se han notado y echo sentir los efectos de la nueva forma de gobernar.
La salida de Bielsa era otra de las decisiones impuestas por estos dirigentes y sus mandantes. El señor Segovia, primero, y el señor Jadue, después, no son más que monigotes o palos blancos puestos allí por los grandes que, como siempre, se ocultan tras bambalinas cuando de medidas y acciones reaccionarias se trata.
No es solo el festín del reparto de utilidades y beneficios que dejó la anterior administración lo que se viene. Los clubes chicos y de provincia seguirán siendo más chicos. La renovación de infraestructura beneficiará solo a los que vendieron su voto para imponer el cambio, como lo anduvo prometiendo Piñera y Ruiz-Tagle antes de las elecciones. Los planes orientados al fútbol joven y planes de largo plazo se perderán en los armarios de la ANFP, si es que no van a parar directamente al basurero. Llegó la hora de las rentabilidades y ganancias de corto plazo. Llegó la hora de regresar al manoseo, el chaqueteo y la farándula. Pero todo esto afecta solo al fútbol profesional, en particular, y a la hinchada, en general.
Sin embargo, el fútbol amateur está lejos de esta dinámica. El club del barrio, de la población, del lugar de trabajo, todavía estaba lejos de lograr algún beneficio con las transformaciones que estaba intentando Mayne-Nicholls, aunque para allá se iba con el equipamiento de infraestructura en regiones. Ahora habrá que olvidarse de esas posibilidades de mejora y habrá que seguir pateando piedras, barro y con suerte algunas champas de pasto. Nada nuevo bajo el sol, nada nuevo bajo la lluvia. Nada se ha perdido porque nada se había ganado.
Lo que verdaderamente se pierde es la ilusión que la afición futbolera se había forjado en torno a la selección. La única alegría y participación real de la gente estaba dada por el factor deportivo de que con Bielsa jugábamos a algo y se trataba de ganar siempre. Otra cosa son los espontáneos esfuerzos vistos en los potreros por imitar las tácticas del rosarino; esfuerzos que de todas maneras se aplauden porque lo que vale es la intención. En la selección es difícil que otro técnico pretenda lo mismo porque en general tratan solo de no perder (o perder por poco, como siempre, en nuestro caso) para no perder ellos la pega. Lo demás no les importa.
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