Este 7 de noviembre se cumplen 100 años de la heroica gesta de los pueblos que levantaron la hoy desaparecida Unión Soviética, un siglo de la revolución rusa. Son 100 años, en cuyo origen está la necesidad de un pueblo de liberarse de la opresión y que a pesar del tiempo transcurrido, forma parte no sólo de las sentidas demandas de los pueblos a comienzos del Siglo XX, sino también del Siglo XXI. La revolución que conmemoramos hoy y que se llamó «de octubre» por las diferencias con el calendario juliano que regía la Rusia de entonces. mostró que eran posible las teóricas revoluciones obreras.
A tomar el cielo por asalto, decía Marx, rememorando los gritos de libertad y esperanza lanzados en el levantamiento de la Comuna de París ¿No fue acaso eso la Revolución Bolchevique? La insurrección popular generalizada de un sufrido pueblo, flagelado por una guerra imperialista como fue la Primera Guerra Mundial y un sistema político medieval, feudal, que lo tenía sumergido en la hambruna y la muerte.
Hoy, con un desaparecido movimiento de paz entre pueblos y las amenazas nucleares de psicóticos a cargo de las potencias más poderosas del globo, cómo no recordar el surgimiento del llamamiento de fin a la Gran Guerra y su desenmascaramiento como un conflicto entre potencias imperialistas que no tenían ningún interés en los pueblos, quienes precisamente soportaban las penurias de las trincheras.
Hace unos cuantos años en Chile y Latinoamérica, los movimientos feministas han puesto en el tapete la necesidad del reconocimiento de derechos básicos de las mujeres, del mejoramiento de sus condiciones de vida y de las brutales prácticas e ideas que por sólo su condición de mujeres deben soportar. Alexandra Kollontai, la destacada comunista y revolucionaria soviética, primera mujer en ocupar un cargo de gobierno de una nación, fue la principal impulsora del derecho al aborto, a divorciarse, a tener un salario por maternidad y a la necesidad de la participación femenina en la decisión del futuro de los pueblos. Dichas medidas incluyeron un tremendo esfuerzo por terminar con el analfabetismo femenino y en grandes campañas por la participación femenina en asuntos públicos.
El derecho a la autodeterminación de las naciones, el internacionalismo proletario, la repartición de la tierra entre los campesinos pobres, la nacionalización de los recursos naturales y el reconocimiento de una serie de derechos que hoy nos parecen tan modernos, como el despenalizar la homosexualidad en un momento histórico en que era perseguida e ilegal en casi la totalidad del globo. Cómo no mencionar la experiencia importantísima, de vanguardia en educación, de Antón Makarenko, el gran pedagogo soviético que fundó las casas cooperativas para huérfanos de la guerra civil y que dejó cristalizado en su Poema Pedagógico las lecciones aprendidas en la Colonia Gorki, donde con grandes dificultades y mucha creatividad, se intentó establecer la relación entre educación y vida, entre escuela y producción en un contexto sumamente violentado, intentado imponer los ideales de libertad y democracia.
La Unión Soviética que nació de esta revolución es también un proyecto socialista que implosionó por sus propios errores, que cometió atrocidades en nombre de los obreros y que permitió la formación de una clase burócrata de nuevos ricos que se anquilosaron en el poder, contraria a sus ideales emancipadores fundantes. Sin embargo, para la clase trabajadora, la revolución rusa en su origen representó y representa la posibilidad superar su condición de explotación y pobreza, a través de la transformación radical de las estructuras políticas que hasta ese entonces funcionaban, y todavía operan, como yugos o como ilusiones para el pueblo.
Y claro, apenas se instauró, las potencias capitalistas de Europa atacaron al joven Estado soviético en varios frentes pero este salió airoso. En este contexto, la dirección del Estado soviético terminó derivando en la pérdida de las conquistas y los ideales iniciales de la revolución, además del incremento de la explotación para el pueblo ruso y de las otras naciones que formaban parte del anterior imperio zarista. Vino la burocratización y el ascenso de una nueva clase privilegiada, el autoritarismo y las matanzas a otras facciones de la izquierda, tales como anarquistas y socialistas tanto en batallas de la guerra civil como en persecuciones por la policía secreta. Desde el estalinismo en adelante se destruyeron las esperanzas de una revolución comunista en otros países fuera de la órbita soviética y la hostilidad con las naciones de Europa se convirtió en colaboración.
Tras el desmembramiento de la Unión Soviética, del remate de las reparticiones y los recursos del superestado soviético y del ascenso de un nuevo capitalismo salvaje, Rusia, la principal heredera territorial, económica y militar de la URSS se ha posicionado como una economía capitalista de primer orden y una potencia militar que ha retomado la disputa geopolítica por zonas de influencia económica, política y militar en todo el mundo. Así, mientras Rusia avanza como potencia capitalista, el Kremlin declara expresamente este aniversario con actos oficiales de bajo perfil, lejanos a los días del periodo soviético, evidenciando ahora sin caretas, la abismal distancia que ha mantenido con los ideales que dieron origen a la Revolución Rusa.
Lo gravitante de este hecho conmemorado hoy, que removió los cimientos de los Estados modernos, es rescatar que esta revolución no fue obra de líderes momificados ni de aspirantes a acomodarse en un "nuevo ciclo político", sino que fue hecha por un pueblo organizado dispuesto a luchar, atendiendo y resolviendo los más diversos problemas, solidarizando con las más diversas causas en la mayor de las adversidades y dándose cuenta de sus inmensas capacidades, ignoradas hasta esos momentos. De este modo, esta revolución constituye también una invitación a descubrir y crear alternativas colectivas y anticapitalistas ante las miserias provocadas por el enriquecimiento de algunos a costa de la explotación del ambiente y las personas.